Nunca tuve muy claro si Belorcio se escribía con b o v ni cuál era su auténtico significado. Años más tarde descubrí que Belorcio era el nombre de un personaje cómico del cine mudo de 1920-1930.
La oía con frecuencia en mi niñez y juventud. Acostumbraba a ir sola, “belorcio”, o acompañada, “belorcio napolitano”. Mi tía Cuca, en especial, y quizás alguna de mis otra tías, nos la decían, a mí, y a otros pequeños miembros de mi familia.
Cuando mi bella tía, con aquellos ojos verdes espectaculares, que me miraban de manera intensa y penetrante, pronunciaba Belorcio esbozaba una sonrisa y arqueaba la ceja. Así, no sonaba a insulto, a crítica o juicio, sino, a un comentario, una opinión, para suscitar una reflexión sobre mi conducta.
Belorcio, en mi familia, era, es y será, una palabra polisémica.
Cuando te olvidabas algo, te despistabas y/o perdías algo: “Qué belorcio”
Si llegabas tarde y eras impuntual: “Qué belorcio”
Si te costaba hacer algo, y actuabas de una manera vaga o perezosa: “Qué belorcio”
Cuando eras un poco cobarde y te costaba enfrentarte a algo: “Qué belorcio”
Cuando te equivocabas, y cometías algún error: “Qué belorcio”
Cuando eras ignorante y desconocías algo de cultura general: “Qué belorcio”
Cuando engañabas o decías una pequeña mentira y te pillaban: “Qué belorcio”
Belorcio está integrado en mi vocabulario. Su atractivo radica en que adolece de una connotación negativa. Por el contrario, términos monstruosos como: fracasado, inútil, desastre, fraude, incompetente, etc. pueden emplearse con facilidad y a veces, repetidamente, para enjuiciar, para etiquetar nuestra conducta o la de nuestros allegados. Están sumergidas dentro de nuestros largos y oscuros monólogos interiores, y fluyen de nosotros de manera espontánea e involuntaria.
¿Para qué etiquetarnos cuando la conducta es específica de la situación? Además, este tipo de etiquetas conducen a emociones desagradables, perjudiciales para nuestra autoestima e inútiles e improductivas para lograr nuestros objetivos vitales, así que consideramos que cuanto menos se empleen mejor. Cuando no alcancen la perfección, se equivoquen, no se martiricen, simplemente verbalicen: “Qué belorcio”
Deja una respuesta