Nos enseñaron que el respeto es un pilar básico para convivir con nuestros familiares, vecinos, amigos, y otras personas con las que nos rodeamos. Es imprescindible aprender a respetar, a ser considerados con los demás para favorecer las relaciones interpersonales y poder vivir en armonía a lo largo de la vida.

Nos instaron a leer y a poseer un amplio vocabulario sin recurrir a palabrotas o palabras malsonantes.

Nos inculcaron la consideración por los mayores.

Nos indicaron que no hay que ridiculizar o burlarse de otras personas. Tampoco señalarlas con el dedo o fijarse en sus defectos, debilidades o diferencias.

Nos insistieron en respetar el descanso de las personas, reduciendo los gritos, el volumen del televisor o de cualquier otro aparato que emitiera sonidos altos o molestos.

Nos señalaron que había horas intempestivas donde no procedía telefonear o llamar porque ignorábamos sus horarios, y podíamos molestar o interrumpir sus horarios de sueño o de comidas.

Nos repitieron hasta la saciedad el uso del «usted» al dirigirnos a personas desconocidas o mayores que nosotros.

Nos mostraron la importancia de la formalidad. Cumplir los compromisos con los demás o cancelarlos en caso necesario.

En este largo proceso con algunos altibajos, mis padres, mi familia y mis profesores me enseñaron a respetar a los demás. Ellos, al igual que otras muchas personas, creían y creen en el valor del respeto. Comparten esta firme y arragaida convicción para coexistir con otros individuos.

Todos tenemos derecho a ser tratados con respeto. Es un derecho asertivo que nos favorece a todos. Tenemos derecho a ser nosotros. A ser como somos, únicos, auténticos con nuestra propia idiosincrasia.

A veces me doy cuenta de la diferencia generacional. Me sorprenden los gritos de los viandantes, las palabrotas de algunos presentadores de espacios televisivos, de los políticos, los improperios, la chabacanería, los comentarios mordaces y maliciosos en las redes sociales, las reseñas anónimas y malintencionadas, los abusos, las rupturas sentimentales por whatsapp y la violencia verbal tan normalizada en muchas ocasiones.

Me apena que la intolerancia y el respeto estén en caída libre. ¿Nos creemos que somos más que los demás? ¿Mejores? No. Solo distintos. Presumimos de ser modernos, liberales, de estar conectados y creemos que podemos opinar y publicar lo que nos dé la real gana de todo y de todos los que nos rodean. ¿Podemos manifestar nuestras opiniones? Por supuesto. Pero sin herir gratuitamente a los otros. No hay necesidad. Procuremos moderar nuestros comentarios antes de expresarlos o publicarlos y quizás logremos una convivencia cordial.

Tenemos un reto por delante. Retomemos una buena costumbre. Aprendamos a ser tolerantes y respetuosos. Aceptemos y cuidemos a las personas.


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